En una de mis últimas ponencias, invité a un participante a ponerse de pie y a acercarse hasta donde me encontraba.
Con el participante a mi lado y frente a todos, le pedí que se dirigiera en línea recta hasta un punto específico de la sala.
Algo desorientado por las miradas y sin tener claro el objetivo de la dinámica, el participante accedió y empezó su recorrido. Mientras se desplazaba sobre aquella línea imaginaria que le había trazado, rápidamente me adelanté a su marcha y coloqué una silla en su curso a manera de obstáculo.
El participante, al toparse con la silla, la esquivó bordeándola, retomando casi en automático su rumbo. Cuando este llegó a su objetivo, le increpé: “Rompiste las reglas, te pedí que avanzaras en línea recta”.
Él respondió: “Me pediste que llegara hasta este punto y es precisamente lo que he hecho”. Inmediatamente, invité a dos participantes más a que se pusieran de pie y se acercaran al estrado.
A ambos les pedí que caminaran en cualquier dirección por la sala, sin rumbo fijo. Mientras se desplazaban cogí un par de sillas y las coloqué delante de ellos de tal manera que interrumpieran su paso.
Presta atención:
Esto de las sillas, no es más que una reproducción a escala de lo que nos sucede a la mayoría (por no decir a todos), en determinados contextos. Deja que te explique…
En el primer caso, el participante tuvo dos elementos con los que no contaron los otros: el objetivo y la condición de avanzar en línea recta.
Y es que cuando tenemos claro a donde nos dirigimos, cuando tenemos claridad sobre ese bendito punto de llegada, desarrollamos las capacidades necesarias para superar cualquier situación que se nos ponga en frente.
A los dos participantes restantes –los cuales caminaban sin rumbo– les sucedieron un par de cosas no menos reveladoras.
El primero de ellos, al toparse con una de las sillas, simplemente se detuvo, no avanzó más. El segundo, cambió de dirección y siguió andando.
ES PRECISAMENTE SOBRE ESTO QUE DESEO QUE TOMES CONSCIENCIA:
Cuando no tenemos claro el lugar al que nos dirigimos, ya sea un emprendimiento, un nuevo proyecto, o inclusive una relación de pareja, frente a situaciones complicadas nos paralizamos o simplemente desechamos y tomamos una nueva ruta, dejando las cosas rotas o inconclusas.
Si te das cuenta, los obstáculos (sillas) fueron los mismos para los tres participantes. Entonces, ¿cuál fue la diferencia? La diferencia la marca la claridad con la que visualizamos nuestro objetivo y el nivel de compromiso que le ponemos.
No se tú, pero yo aún no he conocido ni he escuchado de personas exitosas que no tengan claro aquello que quieren.
No imagino a Cristiano Ronaldo entrando a la cancha sin tener claro si jugará a ganar, a perder o empatar, o llegando a un entrenamiento desconociendo la técnica que quiere perfeccionar.
Mucho menos imagino a Gastón Acurio abriendo una nueva cadena de restaurantes sin tener claro cuál será el concepto y la experiencia que estos ofrecerán. Diciéndose así mismo: “¡Vamos a ver qué pasa, ojalá esta idea que aún no tengo claro de que va, funcione!”.
Necesitas ponerte manos a la obra. Define con claridad aquello que quieres alcanzar. Te aseguro que esa labor nadie más la hará por ti.
«No existe estrategia sin un objetivo»
La dinámica de las sillas, la recogí de una de las charlas del empresario, escritor y motivador inglés Simon Sinek colgada en YouTube. Simon, es un crack con una visión siempre muy particular sobre las cosas. Te invito a que lo busques.
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Autor: Jorge Chozo
Especialista en aceleración de negocios.
“No olvides que acelerar tu emprendimiento depende de lo que haces con tu cabeza, corazón y manos».